Texto: Cristina Guevara / Fotografía: Iván Franco
Cuando le pregunto sobre en qué se basa para pintar sus cuadros, él responde con una sonrisa. Se lleva la mano a la cabeza y me dice que todos los paisajes salen de un sólo lugar: su memoria. Son relajantes escenas de la selva ecuatoriana, rica y verdosa como se puede apreciar en las fotos. Pero este artista no necesita de una instantánea para plasmar esos lugares donde se puede respirar aire puro y escuchar un fondo musical que nace de una diversidad de fauna, propio de la Amazonía.
Su nombre es Ramón Piaguaje, pero en el idioma de su comunidad se llama: Yubiaratza, cuyo significado es pájaro blanco. Ramón nació en la comunidad Cuyabeno y pertenece a la nacionalidad indígena Siekopai (también llamada Secoya). Actualmente vive en San Pablo de los Secoyas; aunque su residencia también está en Quito.
Su arte le ha llevado bastante lejos. Ha visitado, por ejemplo, Inglaterra donde recibió un homenaje de manos del Príncipe Carlos. Este momento está plasmado en una fotografía que cuelga de una de las paredes de la sala de su casa, de la cual se desprende un aroma a óleo fresco ya que es también su estudio de pintura. También recibió un justo reconocimiento de parte de las Naciones Unidas en Estocolmo; conoció al ex Secretario General de la ONU, Kofi Annan, entre otros hitos. Otros destinos a los que ha llegado gracias a su pintura son Norteamérica, Sudamérica, Europa y Asia; entre ellos Japón, Malasia, China, Canadá, Estados Unidos, España, Holanda, Roma, Brasil y Bolivia.
Empezó a pintar cuando era niño. No tenía a la mano materiales para plasmar con colores sus paisajes, por eso sus primeras obras fueron a blanco y negro, con lápices y esferos que obtenía cuando asistía a clases escolares.
Cuando tenía 17 empezó a optimizar su técnica con pintura blanco y negro con plumilla. Para la internacionalización, juzgaron su trabajo las personas del Instituto lingüístico de verano. Uno de los antropólogos, Guillermo Biquer, quien participaba ahí vio el talento que poseía Ramón y a partir de ahí realizaron diversas exposiciones. La primera de ellas fue en la Universidad Católica del Ecuador. Ramón pudo desarrollar su potencial y siguió un camino poco común en su comunidad: el del arte.
Cuando cumplió 33 años tuvo la oportunidad de inscribirse en un concurso, envió sus cuadros a Inglaterra. Su obra Eternal Amazon fue seleccionada entre más de 22.000 entregadas por profesionales y artistas aficionados de 51 países y ganó el primer premio de la Exposición de Arte del Milenio de las Naciones Unidas en ayuda de UNICEF - Nuestro mundo, en el año 2000.
Ahora es internacional, pero no se olvida de dónde viene. Como aquel niño que empezaba en el mundo del arte en el pasado, recuerda con ternura a su padre, con quien navegaba por ríos amazónicos. Me cuenta de él mientras acaricia su túnica. Acto seguido, explica la simbología de la misma: nació a partir de la cáscara de un árbol, fue pintada por su padre, -una tradición de los Secoyas- con formas de diferentes significados, con animales que flotan sobre el agua y son veloces como las arañas. La nostalgia está presente en su relato, recuerda que al estar lejos añora la caza y la pesca y las actividades que realizaba a diario.
Hoy, a través de su trabajo muestra a la Amazonia como una selva única, como el pulmón del mundo. Para Ramón la conservación de la naturaleza es muy importante para todos los visitantes. Habla de una insignia en esta región: el parque nacional Cuyabeno, que tiene gran riqueza en la gastronomía, artesanías, paisajes y lagunas.
Sobre sus planes, admite que la pandemia ha aplazado algunas actividades que se tenían planificadas para que Ramón pueda dar a conocer su arte, como exposiciones en Malasia, Estados Unidos, México y Francia.
Ramón Piaguaje es un pionero en su comunidad en plasmar el arte de la selva a través de sus obras, gracias a esta iniciativa -reconoce- en este momento los niños de su comunidad están enfocando su talento en el arte, y los niños de otras nacionalidades indígenas han empezado a crear su propio arte.
Su obra se reconoce por la viveza de sus colores. Los elementos que le gustan y destacan son los árboles, los ceibos, los bejucos y las lagunas.
A sus 59 años, la Amazonía sigue siendo su fuente de inspiración. Su arte sigue siendo un homenaje a la memoria de alguien que ama la selva y su profundidad.